TEORÍA GENERAL DEL DERECHO
SOBRE LA JUSTICIA
Nancy Fraser
CLASE
RESUMEN
Platón decía que en una comunidad política justa, cada clase ejerce su virtud distintiva, realizando la función que le es propia por naturaleza sin interferir con las de los demás. La justicia no sería así más que un equilibrio armonioso entre sus elementos constituyentes.
John Rawls, afirma que la justicia es la principal virtud de las instituciones sociales como la verdad lo es de los sistemas de pensamiento. De manera que la justicia es una virtud primaria en el sentido siguiente: sólo superando la justicia institucionalizada podemos crear un terreno abonado para que florezcan otras virtudes
La justicia nunca se experimenta directamente. En cambio sí experimentamos directamente la injusticia, y sólo a través de ella nos hacemos una idea de lo que es la justicia. Únicamente ponderando el carácter de lo que creemos injusto empezamos a saber qué alternativas tenemos. Sólo cuando nos damos cuenta de lo que cuesta superar la injusticia, adquiere algún contenido nuestro concepto abstracto de justicia.
Nuestro sentido de la justicia nos dice que todos aquellos sometidos a un conjunto de reglas básicas deben «contar», en el sentido de pertenecer al mismo universo moral. No se debería instrumentalizar a unos en beneficio de otros. Todos merecen nuestro interés.
La injusticia es claramente un asunto de victimización, una relación estructural en la que unos explotan a los demás, negándoles el estatus moral al que da acceso la justicia. Pero el daño se agudiza cuando el explotado carece de los medios para interpretar como injusta su situación, lo que puede deberse a una manipulación deliberada. En este caso, los explotadores, plenamente conscientes de la injusticia, la ocultan a los explotados. Las víctimas carecen de una condición esencial para reaccionar adecuadamente ante su situación.
En las sociedades de consumo de masas «democráticas», la ideología dominante es el individualismo, y desde él se suele interpelar a los sujetos. Se nos exhorta a asumir la responsabilidad de nuestras vidas en tanto que individuos, se nos anima a colmar nuestros anhelos más profundos comprando y vendiendo mercancías y se nos deriva de la acción colectiva hacia las «soluciones personales».
Si las reglas básicas institucionalizan la dependencia y la explotación de un grupo por parte de otro (que quiere cubrir así necesidades vitales como órganos, fuerza de trabajo, bebés, sexo, labores domésticas, cuidado de niños y ancianos, limpieza, recogida de basura), ambos grupos están sometidos a la misma estructura básica. Los miembros de uno y otro viven en el mismo universo moral y merecen idéntica consideración en asuntos de justicia.
LA JUSTICIA SOCIAL EN LA ERA DE LA POLÍTICA DE IDENTIDAD: REDISTRIBUCIÓN, RECONOCIMIENTO Y PARTICIPACIÓN
- Reivindicaciones redistributivas: pretenden una distribución más justa de los recursos y de la riqueza.
- Política de reconocimiento: el objetivo es un mundo que acepte la diferencia, en el que la integración en la mayoría o la asimilación de las normas culturales dominantes no sea ya el precio de un respeto igual.
Yo sostengo que éstas son falsas antítesis. Mi tesis general es que, en la actualidad, la justicia exige tanto la redistribución como el reconocimiento.
Anatomía de una falsa antítesis
La redistribución y el reconocimiento se asocian a menudo con movimientos sociales concretos. Así, la política de la redistribución suele equipararse a la política de clase, mientras que la política del reconocimiento se asimila a la “política de la identidad”.
Entendido de este modo, el paradigma popular de la redistribución y el paradigma popular del reconocimiento pueden contrastarse en cuatro aspectos clave:
- Los dos paradigmas asumen concepciones diferentes de injusticia. El paradigma de la redistribución se centra en injusticias que define como socioeconómicas y supone que están enraizadas en la estructura económica de la sociedad. En cambio, el paradigma del reconocimiento se enfrenta a injusticias que interpreta como culturales, que supone enraizadas en patrones sociales de representación, interpretación y comunicación.
- Los dos paradigmas populares proponen diferentes tipos de soluciones de la injusticia. En el paradigma de la redistribución, el remedio de la injusticia es la reestructuración económica de algún tipo. En el paradigma del reconocimiento, en cambio, la solución de la injusticia es el cambio cultural o simbólico.
- Los dos paradigmas populares asumen concepciones diferentes de las colectividades que sufren injusticia. En el paradigma de la redistribución, los sujetos colectivos de injusticia son clases o colectividades similares a las clases, que se definen económicamente por una relación característica con el mercado o los medios de producción. En el paradigma popular del reconocimiento, en cambio, las víctimas de la injusticia se parecen más a los grupos de estatus weberianos que a las clases sociales marxianas. Definidas por las relaciones de reconocimiento y no por las de producción, se distinguen por el respeto, estima y prestigio de menor entidad que disfrutan, en relación con otros grupos de la sociedad.
- Los dos paradigmas populares asumen ideas distintas acerca de las diferencias de grupo. El paradigma de la redistribución trata esas diferencias como diferenciales de injusticia. Lejos de ser propiedades intrínsecas de los grupos, son los resultados socialmente estructurados de una economía política injusta. En consecuencia, desde este punto de vista, debemos luchar por abolir las diferencias de grupo, no por reconocerlas. El paradigma del reconocimiento, en cambio, trata las diferencias de una manera de dos posibles. En una versión, son variaciones culturales benignas y preexistentes a las que un esquema interpretativo injusto ha transformado de forma maliciosa en una jerarquía de valores. En otra versión, las diferencias de grupo no existen antes de su transvaloración jerárquica, sino que su elaboración es contemporánea de la misma.
Clases explotadas, sexualidades despreciadas y categorías bidimensionales
Los grupos bidimensionalmente subordinados padecen tanto una mala distribución como un reconocimiento erróneo en formas en las que ninguna de estas injusticias es un efecto indirecto de la otra, sino que ambas son primarias y co-originales. Por tanto, en su caso, no basta ni una política de redistribución ni una de reconocimiento solas. Los grupos bidimensionalmente subordinados necesitan ambas.
Yo sostengo que el género es una diferenciación social bidimensional. Por tanto, comprender y reparar la injusticia de género requiere atender tanto a la distribución como al reconocimiento.
La “raza” es también una división social bidimensional. La clase social también puede entenderse como bidimensional. A efectos prácticos, por tanto, casi todos los ejes de subordinación del mundo real pueden tratarse como bidimensionales.
Así pues, en general, tenemos que rechazar con rotundidad la interpretación de la redistribución y el reconocimiento como alternativas mutuamente excluyentes. El objetivo debe ser, en cambio, elaborar un enfoque integrado que englobe y armonice ambas dimensiones de la justicia social.
Reflexiones coyunturales finales: posfordismo, poscomunismo y globalización
- Notable proliferación de luchas por el reconocimiento del período actual.
- Decadencia de la política de clase.
- El centro de gravedad ha pasado de la redistribución al reconocimiento.
El paso de la redistribución al reconocimiento refleja la convergencia de diversos desarrollos. En beneficio de la brevedad, podemos, resumir éstos mediante los términos compuestos: posfordismo, poscomunismo y globalización.
- Las luchas por el reconocimiento están proliferando hoy día a pesar (o a causa) del incremento de la interacción y la comunicación transculturales. Las luchas por el reconocimiento no promueven una interacción respetuosa a través de las diferencias en unos contextos cada vez más multiculturales. En cambio, tienden a fomentar el separatismo y los cotos de grupo, el chauvinismo y la intolerancia, el patriarcalismo y el autoritarismo. Llamo a éste el problema de la REIFICACIÓN.
- El paso de la redistribución al reconocimiento está produciéndose a pesar (o a causa) de la aceleración de la globalización económica. Así, los conflictos de estatus han alcanzado un estatus paradigmático en el momento, precisamente, en que un capitalismo neoliberal en agresiva expansión está exacerbando radicalmente la desigualdad económica. En este contexto, están sirviendo menos para complementar, complicar y enriquecer las luchas por la redistribución que para marginarlas, eclipsarlas y desplazarlas. Llamo a éste el problema del DESPLAZAMIENTO.
- La configuración actual está emergiendo a pesar (o a causa) del descentramiento del marco nacional de referencia. Y algunos defensores de la redistribución se están volviendo proteccionistas en el momento preciso en que la globalización económica está haciendo imposible el keynesianismo en un país. En tales casos, el efecto no es promover la paridad de participación, sino exacerbar las disparidades mediante la imposición a la fuerza de un marco nacional de referencia a unos procesos que son intrínsecamente transnacionales. Llamo a éste el problema del DESENCUADRE.
En conjunto, estas tres tendencias amenazan con hacer descarrilar el proyecto de integrar la redistribución y el reconocimiento en un marco político global.
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